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Lagrimas de Cristal

Verla allí, llorando, sentada sobre un charco de ilusiones rotas, me partía el corazón.

El día anterior, en una de esas casualidades que no existen, coincidimos de frente buscando la salida del pabellón. Justo un instante después de que nuestras miradas chocaran como lo hace el mar en un acantilado, me regaló dos sonrisas luminosas: una con sus labios, y la otra dibujada en sus bellos ojos, radiantes, felices.

Acababa de ganar, junto al resto del equipo, el pase a la final de la copa de la Reina de voley, que se celebraba este fin de semana en Albacete.

Recuerdo vagamente que me quedé sus dos sonrisas, y le regalé una de las mías, no tan luminosa pero igual de sincera. Traspasamos la puerta y ella se marchó, montada en un rayo de felicidad, para unirse al resto del equipo. Sin embargo su regalo siguió conmigo.

Quizás por ello mi mirada la seguía durante la angustiosa final, y quizás por eso sus lágrimas anegaron mis ojos cuando, en el mismo instante en el que sus contrincantes estallaban de júbilo, toda la tensión del partido, toda la tensión de las jornadas previas, toda la ilusión y los sueños que hacían vibrar sus músculos en cada salto, en cada jugada, se desbordaban en un inconsolable llanto que hacía temblar tanto su cuerpo como mi corazón.

Nada, ni las dos horas y media de vibrante partido, ni los atronadores gritos de los seguidores, ni los puntos más luchados y reñidos; ni siquiera contemplar la danza armoniosa, musical de unos cuerpos perfectamente torneados, pulidos en incontables horas de entrenamiento e interminables partidos, perlados con el sudor de un sueño intensamente vivido, nada, me estremeció tanto como el infinito silencio de su cuerpo temblando, desgarrado por la violencia de un sueño roto que ya acariciaba con las manos y el corazón, que ya sentía como suyo, tan real como su presencia allí, y que en un sólo, único y desgarrador segundo la abandonaba expelido por cada poro de su piel.

Y mientras el pabellón entero vibraba ensordecedor con la victoria, yo no podía apartar mi mirada de las lágrimas que desbordaban sus hermosos ojos.