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Pasos quedos

Ciertamente las nuevas publicaciones han quedado algo perdidas en el tiempo. ¿El motivo? Quizás porque ya no me siento a mirar al horizonte en una playa desierta; quizás porque cada día ya hay una melodía que me hace vibrar; quizás porque para salir, buscaban grietas en un corazón que hoy está pleno y henchido; quizás porque ahora las escriben mis ojos y mis dedos sobre la seda de una piel.
Vengo y paseo por este jardín, y veo las huellas de quienes han hollado este sendero, pasos quedos, algunos, que aspiran el aroma en un tiempo detenido, y otros fugaces que miran y, sin ver, se desvanecen buscando otra melodía.
Siempre he pensado en la poesía como en unas notas que vibran en sintonía con el corazón. Quizás tras los ojos que la leen no vibran las sutiles notas del acorde dibujado. O, quizás, suavemente, casi furtiva, surge la melodía que hace desvanecerse el tiempo y ante ti se dibuja un mundo que enciende tu corazón, y que, al finalizar el último verso, no desaparece del todo, sino que permanece tejido en tu razón, en tu ser, en tu mirada, y que modela tu presente con una sonrisa teñida de sueños.
Toda vida es un viaje. Si hoy has dado unos pasos por aquí, disfruta de la melodía de mis sueños.

Frio ardiente

Las muevo, extendidas, anhelantes,
ante un Sol de enero que, lejano y frío,
de espaldas aún a sus promesas de verano,
guarda celoso, distante, su calor.
Ateridas, buscan en mis bolsillos el abrigo de un hogar,
donde atisbar el regalo de una prometida primavera,
huyendo del hiriente aliento de un invierno que,
poderoso, extiende su gélido manto sin piedad.
Y mientras la sangre lucha por teñir sus venas
con la otoñal tibieza robada a mi piel,
yo no acierto sino a pensar, con una sonrisa,
que mis frías manos parco precio son,
para mi corazón ardiente.

Gotas de Luz

Un coro de danzarinas sombras, esta oscura, la otra tenue, radiografías de mis fantasmas que las farolas del parque no dudan en desparramar por el suelo, me acompañan a cada paso que doy, ahuyentando la neblina de la noche gris frente a mi mientras se asoma tardía, perezosa, la luna de plata entre las nubes.

En mis oídos resuena la música que acompaña mis pasos, tensando los músculos de unas piernas que se diría que no corren, sino vuelan, ligeras y ansiosas por llevarme en volandas esta noche.

La guitarra imprime a cada latido de mi corazón un ritmo frenético, bombeando torrentes de sangre por los angostos pasillos de mi cuerpo, y que amenaza con estallar en la cárcel de mi pecho, abrirse paso al frío exterior, y descansar recostado, roto, en el enlutado manto de la incipiente primavera, observando las valientes estrellas que, aún tímidas, arrojan su luz para traspasar la bóveda luminosa de la ciudad y colarse vibrantes, juguetonas, entre las copas de unos árboles que se ríen, diríase, con sus cosquillas, hasta colarse entre las manos de los amantes que pasean bajo su luz.

Ellos, con sus pasos quedos, dulces, ensoñados, contrastan con mi basto trotar. Casi ni hienden la tierra, etéreos, suaves, envueltos en candidez y futuros perfectos, arropados por las diluidas sombras de los árboles, en una realidad alternativa donde no pueden verme, porque el tiempo fluye despacio, sin prisa, con la cadencia de las despreocupadas miradas cómplices.

Y entonces mis ojos, revoltosos, risueños, se posan despacio en ese banco entre los sauces, junto a la fuente que derrama plata de luna.

Estaban allí.

Y cuando su luz me cegó lo vi todo.

Vi la aurora cristalina amanecer, luminosa, en el perfil de sus miradas entregadas, diamantinas, puras, plenas, pequeñas para el mundo e inmensas en su universo.

Vi nacer un sol feliz, radiante, encendido en el crisol de una vida que se abría paso a borbotones por sus pupilas, como el sol de mediodía al pisarlo en el estanque, florecidas con la primavera de un amor que siempre es eterno.

Vi sus delicados dedos deslizándose por su rostro con la cadencia de una hoja suspendida en la brisa, temerosos de deshacer el brillo que nacía a su paso, dibujando apasionados el contorno de su ilusión, de sus sueños, mientras los sauces, atentos, ensimismados, inclinaban delicadamente sus ramas para beber las estrellas reflejadas en su pelo de carbón.

Vi sus labios buscando en sus labios, carmesí rubí encendido, el río donde renacer y sumergirse de nuevo en sus remansos de eterno gozo y frescura, deteniendo el tiempo en el estallido de una gota de luz.

Y ella sonrió de pura alegría, y ella le devolvió la alegría en el regalo de otra sonrisa, como una flor abierta ante mis ojos, y yo vi sus sonrisas, perfectas, cristalinas, llenas de esperanzas y sueños. Y sonreí, maravillado, ante una intensidad que, de blanca pureza, quemaba.

Y tiré las agujas del reloj a un lado, y dejé mi cuerpo suspendido en el reverso de un tiempo que se olvidó de correr, por caminar de puntillas en la orilla del mar de su eternidad, por mojar mis pies descalzos entre la fina arena de su primavera, por corretear con los ojos cerrados y el corazón abierto entre las olas transparentes del mar de su amor sin final, por desnudar mi alma para pintarla del color de los sueños con el pincel de sus sonrisas y henchir mis velas con el fulgor de su pasión.

Y mi corazón sonríe, henchido de gozo, pugnando por escapar de un pecho que, de repente, se le ha quedado pequeño para existir, y yo ya no puedo seguir corriendo, porque mis venas se vacían de sangre, perdida entre el eco de unos latidos que son más grandes que yo.

Mañana saldrá de nuevo, brillante, hermoso, contento, de oro, el sol; y yo vuelvo a casa con los pulmones ardiendo, mis piernas rotas y el corazón desbordado de amor, a guardar mis sueños bajo la almohada.

Lagrimas de Cristal

Verla allí, llorando, sentada sobre un charco de ilusiones rotas, me partía el corazón.

El día anterior, en una de esas casualidades que no existen, coincidimos de frente buscando la salida del pabellón. Justo un instante después de que nuestras miradas chocaran como lo hace el mar en un acantilado, me regaló dos sonrisas luminosas: una con sus labios, y la otra dibujada en sus bellos ojos, radiantes, felices.

Acababa de ganar, junto al resto del equipo, el pase a la final de la copa de la Reina de voley, que se celebraba este fin de semana en Albacete.

Recuerdo vagamente que me quedé sus dos sonrisas, y le regalé una de las mías, no tan luminosa pero igual de sincera. Traspasamos la puerta y ella se marchó, montada en un rayo de felicidad, para unirse al resto del equipo. Sin embargo su regalo siguió conmigo.

Quizás por ello mi mirada la seguía durante la angustiosa final, y quizás por eso sus lágrimas anegaron mis ojos cuando, en el mismo instante en el que sus contrincantes estallaban de júbilo, toda la tensión del partido, toda la tensión de las jornadas previas, toda la ilusión y los sueños que hacían vibrar sus músculos en cada salto, en cada jugada, se desbordaban en un inconsolable llanto que hacía temblar tanto su cuerpo como mi corazón.

Nada, ni las dos horas y media de vibrante partido, ni los atronadores gritos de los seguidores, ni los puntos más luchados y reñidos; ni siquiera contemplar la danza armoniosa, musical de unos cuerpos perfectamente torneados, pulidos en incontables horas de entrenamiento e interminables partidos, perlados con el sudor de un sueño intensamente vivido, nada, me estremeció tanto como el infinito silencio de su cuerpo temblando, desgarrado por la violencia de un sueño roto que ya acariciaba con las manos y el corazón, que ya sentía como suyo, tan real como su presencia allí, y que en un sólo, único y desgarrador segundo la abandonaba expelido por cada poro de su piel.

Y mientras el pabellón entero vibraba ensordecedor con la victoria, yo no podía apartar mi mirada de las lágrimas que desbordaban sus hermosos ojos.

Melodia

Cuando desaparece la bruma de la tormenta, cuando el mar ya no golpea tu coraza y los truenos no ciegan tu voz, cuando el brillo del Sol seca el pantano de tus sueños perdidos, olvidas el ensordecedor silencio que anega tus deseos y vuelven a brillar los detalles que llenan el alma, los pequeños mundos que giran alrededor de nuestro corazón y que forman nuestro universo; el calor en la suavidad de esos dedos que traspasa nuestra piel y es capaz de mantener alejado el frío donde ningún otro sol llega; el brillo en una mirada que desborda el vacío que ningún océano lograría llenar; la increíble sacudida eléctrica de unos labios que beben la vida de los nuestros como si acabaran de nacer. Y sientes cómo el aire vibra, cómo la luz vibra, cómo tu cuerpo vibra, en perfecta sintonía con otro cuerpo, en otra alma, estallando en una melodía propia, de notas puras, cristalinas, que jamás habían existido, y notas que tus ojos ya no miran otros ojos, sino otro universo, extenso, profundo, entrelazado al tuyo, que existe en el tuyo y en ningún otro, y el espacio se curva, se pliega, envolviendo dos universos contenidos en si mismos, que son sólo uno, y que abarca todo lo que importa, y lo que no importa no existe, no ha existido nunca, y nunca podrá existir, y el tiempo no se detiene, sino que desaparece, porque siempre has estado ahí, porque nunca saldrás de ahí, no con vida, porque la vida está contenida en ese universo que no es uno, sino que son dos, contenidos en si mismos, vibrando en sintonía; pero tu no lo sabes, porque ya no eres tu, porque miras y ya no ves, porque la materia ha desaparecido, y sólo eres amor, puro amor; el éxtasis de la melodía de dos corazones vibrando en uno.

 

Detalles, notas simples, vívidas, prístinas, dulces y delicadas que acaban por desaparecer cuando la partitura cambia y el tempo se desdibuja en el tiempo, aplastado por la estridencia infernal de la rutina, porque no vivo en un cielo perfecto, sino en un mundo imperfecto, imperfecto por un millón de razones, imperfecto porque estoy yo.

Selene

Ella llevaba… tanto tiempo deseándolo.

En la danza eterna que la ata a Él, que la atrae sin llegar a tocarle, pero sin poder huir, Selene sufre al no poder apartar el rostro de su amado.

¿Quién sabe qué pecados cometieron? ¿Quién sino el dios Sol les pudo imponer tamaño castigo?

Atada con los eslabones de la gravedad, condenada por siempre a no poder volver la mirada, a contemplar la dicha sin tocarla, sin poder siquiera huir, troca su amor en luz.

De día la toma Ella. De noche Él la recibe, iluminando los sueños y pasiones de sus hijos que la contemplan.

Mas, en contadas ocasiones, cuando el dios mira para otro lado, amparada en la penumbra, entre dos luces, Selene se desliza sigilosa y baja, desafiando la Autoridad, para besar el rostro de su amado, cuando nadie la ve.

Y durante unos instantes, el tiempo se detiene, la gravedad desaparece, y la luz no refleja luz, sino gozo y rubor, pasión encendida y delirio en su secreta promesa eterna.

…y sus hijos la contemplan maravillados.