Las muevo, extendidas, anhelantes,
ante un Sol de enero que, lejano y frío,
de espaldas aún a sus promesas de verano,
guarda celoso, distante, su calor.
Ateridas, buscan en mis bolsillos el abrigo de un hogar,
donde atisbar el regalo de una prometida primavera,
huyendo del hiriente aliento de un invierno que,
poderoso, extiende su gélido manto sin piedad.
Y mientras la sangre lucha por teñir sus venas
con la otoñal tibieza robada a mi piel,
yo no acierto sino a pensar, con una sonrisa,
que mis frías manos parco precio son,
para mi corazón ardiente.